Mi pasión por escribir. Por que lo hago?
¿Por qué escribo?
“El escritor hurga en la realidad para fabricar otra realidad, un mundo fantástico que es de mentira porque el invento nace de la observación y de la experiencia. Por tanto, el buen escritor es un gran mentiroso y si llegaba a ser grande, ilustre y publicado, era porque su mentira resultaba tan perfecta que se parecía a la realidad, o por lo menos, daba un testimonio veraz de la realidad”. (Mario Halley Mora “Cita en el San Roque”).
Ésta obra, como absolutamente todas las escritas hasta la fecha por Gumercindo Páez, no es otra cosa, sino una gran mentira, cimentada por la acuciante necesidad de sobrevivir en un medio hostil donde la relatividad es la constante y parece que la verdad nunca está del todo dicha. Por eso, triunfan los grandes mentirosos - ídolos fantasiosos - creados por el marketing, a través del persistente y pestilente trabajo de los grandes medios de difusión.
Mentira, como la realidad misma de un estado fallido y ausente, donde los más vivos triunfan a costa de los más tontos. En un país asesinado por dos guerras fabricadas por potencias extranjeras y que hasta la fecha seguimos pagando a los verdugos, cual terrible ironía al que estamos condenados los pobladores del país ausente.
“En nombre de la libertad, la libertad de comercio, Paraguay fue aniquilado en 1870. Al cabo de una guerra de cinco años, este país, el único país de las Américas que no debía un centavo a nadie, inauguró su deuda externa. A sus ruinas humeantes llegó, desde Londres, el primer préstamo. Fue destinado a pagar una enorme indemnización a Brasil, Argentina y Uruguay. El país asesinado pagó a los países asesinos, por el trabajo que se habían tomado asesinándolo”. Eduardo Galeano. Espejos.
Decía Alberdi: "Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el ‘país salvaje’ de su cruzada civilizadora". (La Guerra de la Triple Alianza. Felipe Pigna, historiador argentino).
Mentira y mentirosos, como quienes dicen administrar el dinero del pueblo cuando en realidad lo utilizan como alcancía propia, o los encargados de celebrar oficios que no respetan los votos de castidad. Cual padre de familia que renuncia a su deber y obligación de un eficiente cuidado a sus descendientes. O el hijo desagradecido que niega y reniega de su origen porque él va consolidando una posición social diferente al de sus predecesores, quienes se desvivieron para que –él-, bastardo del presente, sea alguien un poco menos miserable que sus antecesores.
Nuestra sociedad está cimentada por grandes mentiras. La misma que partió, desde el consumo de la fruta prohibida, pasando por las supuestas conquistas donde la pólvora y el sagrado misticismo impuesto por la cruz, se impusieron al arco y la flecha, obligándonos al festejo de la nada para ratificar una vez más que la reina que domina el mundo desde añares hasta hoy es la misma de siempre: La diosa mentira.
“Vivimos la era de la mentira”, dice Saramago. La misma mentira que se apodera en Misiones cuando quienes dicen buscar el poder para servir el pueblo en verdad desean salvar su pellejo y vivir a costa del pueblo en el marco del lujo y la comodidad. Las viejas oligarquías pueblerinas que cambian de nombre, pero no de sangre. Como la agnación y la cognación, aquel viejo legado romano de tiempos pasados siguiera tan vigente en nuestras comarcas, algunas, como las de Gumercindo Báez, con más de diez “universidades” funcionando.
“Mentimos hasta que no sabemos cuándo mentimos, la mentira tiene hondas raíces en el mundo, estamos tan acostumbrados a mentir que ya nos cuesta creer que exista algo diferente a la mentira, por eso es necesario rescatar el pasado, no para rendirle homenaje, sino para saber que el pasado no está hecho solo de las mentiras que nos cuentan como si fueran verdades, sino que hay otro mundo que es lindo descubrir”, manifiesta el brillante pensador latinoamericano, nacido en Uruguay Eduardo Galeano, autor de las Venas Abiertas de América Latina que es la descripción más realista de la triste verdad latinoamericana.
Por ello, ante ésta innegable realidad, Gumercindo Páez narra sus crónicas urbanas transmitiendo los hechos vivenciados en su deambular por los feudos de la patria, como privilegiado testigo a un país que se niega a morir del todo, a pesar del genocidio de 1870 y del intento de “remate final” que tuvimos en 1932, lo cual no fue posible mediante la gallardía y valentía de nuestros ex combatientes a quienes de pie y con la frente en alto, se rinde homenaje en ésta tarea.
Crónicas que tienen mucho de realidad y algo de imaginación. Esa misma imaginación que no es otra, sino la proyección de lo que habrá ocurrido o ha de ocurrir, maquinada por la mente humana, donde el inventor de la quimera se erige cual si fuera Dios, intentando adivinar sucesos fiel a la ordinaria y relativa frase que la ficción supera a la realidad.
Gastada, utilizada y desganada expresión que nos rompe los tímpanos y que asiduamente es empleada por quienes poseen limitados recursos intelectuales y para disfrazarla suplen sus parlanchinadas con vulgaridades. Aquellos que son incapaces de enhebrar una frase propia, repitiendo como si fueran nuevas y posando como intelectualoides criollos expresiones banales que no aportan nada nuevo.
Nota: Introducción al libro "Crónicas Urbanas" de Gumercindo Páez de autoría de Camilo Cantero, próximo a lanzarse.
“El escritor hurga en la realidad para fabricar otra realidad, un mundo fantástico que es de mentira porque el invento nace de la observación y de la experiencia. Por tanto, el buen escritor es un gran mentiroso y si llegaba a ser grande, ilustre y publicado, era porque su mentira resultaba tan perfecta que se parecía a la realidad, o por lo menos, daba un testimonio veraz de la realidad”. (Mario Halley Mora “Cita en el San Roque”).
Ésta obra, como absolutamente todas las escritas hasta la fecha por Gumercindo Páez, no es otra cosa, sino una gran mentira, cimentada por la acuciante necesidad de sobrevivir en un medio hostil donde la relatividad es la constante y parece que la verdad nunca está del todo dicha. Por eso, triunfan los grandes mentirosos - ídolos fantasiosos - creados por el marketing, a través del persistente y pestilente trabajo de los grandes medios de difusión.
Mentira, como la realidad misma de un estado fallido y ausente, donde los más vivos triunfan a costa de los más tontos. En un país asesinado por dos guerras fabricadas por potencias extranjeras y que hasta la fecha seguimos pagando a los verdugos, cual terrible ironía al que estamos condenados los pobladores del país ausente.
“En nombre de la libertad, la libertad de comercio, Paraguay fue aniquilado en 1870. Al cabo de una guerra de cinco años, este país, el único país de las Américas que no debía un centavo a nadie, inauguró su deuda externa. A sus ruinas humeantes llegó, desde Londres, el primer préstamo. Fue destinado a pagar una enorme indemnización a Brasil, Argentina y Uruguay. El país asesinado pagó a los países asesinos, por el trabajo que se habían tomado asesinándolo”. Eduardo Galeano. Espejos.
Decía Alberdi: "Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el ‘país salvaje’ de su cruzada civilizadora". (La Guerra de la Triple Alianza. Felipe Pigna, historiador argentino).
Mentira y mentirosos, como quienes dicen administrar el dinero del pueblo cuando en realidad lo utilizan como alcancía propia, o los encargados de celebrar oficios que no respetan los votos de castidad. Cual padre de familia que renuncia a su deber y obligación de un eficiente cuidado a sus descendientes. O el hijo desagradecido que niega y reniega de su origen porque él va consolidando una posición social diferente al de sus predecesores, quienes se desvivieron para que –él-, bastardo del presente, sea alguien un poco menos miserable que sus antecesores.
Nuestra sociedad está cimentada por grandes mentiras. La misma que partió, desde el consumo de la fruta prohibida, pasando por las supuestas conquistas donde la pólvora y el sagrado misticismo impuesto por la cruz, se impusieron al arco y la flecha, obligándonos al festejo de la nada para ratificar una vez más que la reina que domina el mundo desde añares hasta hoy es la misma de siempre: La diosa mentira.
“Vivimos la era de la mentira”, dice Saramago. La misma mentira que se apodera en Misiones cuando quienes dicen buscar el poder para servir el pueblo en verdad desean salvar su pellejo y vivir a costa del pueblo en el marco del lujo y la comodidad. Las viejas oligarquías pueblerinas que cambian de nombre, pero no de sangre. Como la agnación y la cognación, aquel viejo legado romano de tiempos pasados siguiera tan vigente en nuestras comarcas, algunas, como las de Gumercindo Báez, con más de diez “universidades” funcionando.
“Mentimos hasta que no sabemos cuándo mentimos, la mentira tiene hondas raíces en el mundo, estamos tan acostumbrados a mentir que ya nos cuesta creer que exista algo diferente a la mentira, por eso es necesario rescatar el pasado, no para rendirle homenaje, sino para saber que el pasado no está hecho solo de las mentiras que nos cuentan como si fueran verdades, sino que hay otro mundo que es lindo descubrir”, manifiesta el brillante pensador latinoamericano, nacido en Uruguay Eduardo Galeano, autor de las Venas Abiertas de América Latina que es la descripción más realista de la triste verdad latinoamericana.
Por ello, ante ésta innegable realidad, Gumercindo Páez narra sus crónicas urbanas transmitiendo los hechos vivenciados en su deambular por los feudos de la patria, como privilegiado testigo a un país que se niega a morir del todo, a pesar del genocidio de 1870 y del intento de “remate final” que tuvimos en 1932, lo cual no fue posible mediante la gallardía y valentía de nuestros ex combatientes a quienes de pie y con la frente en alto, se rinde homenaje en ésta tarea.
Crónicas que tienen mucho de realidad y algo de imaginación. Esa misma imaginación que no es otra, sino la proyección de lo que habrá ocurrido o ha de ocurrir, maquinada por la mente humana, donde el inventor de la quimera se erige cual si fuera Dios, intentando adivinar sucesos fiel a la ordinaria y relativa frase que la ficción supera a la realidad.
Gastada, utilizada y desganada expresión que nos rompe los tímpanos y que asiduamente es empleada por quienes poseen limitados recursos intelectuales y para disfrazarla suplen sus parlanchinadas con vulgaridades. Aquellos que son incapaces de enhebrar una frase propia, repitiendo como si fueran nuevas y posando como intelectualoides criollos expresiones banales que no aportan nada nuevo.
Nota: Introducción al libro "Crónicas Urbanas" de Gumercindo Páez de autoría de Camilo Cantero, próximo a lanzarse.
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