Laguna Porä: el sitio que encantó a Rafael Barret.


            El Maestro no ocultó su admiración por el lugar, cuando escribe a Panchita: “Este sitio está preñado de recuerdos tuyos. Aquí hemos sufrido y nos hemos amado. Tu corazón ha mirado estas aves cruzar el cielo; tus pies han pisado esta hierba, te escribo junto a la ventana donde venía la “cuca” (una gata) a llamar para que le abriéramos de madrugada”.
            “Barret Cue” tiene su encanto desde la mañana. Los viejos árboles bajo cuya sombra se cobijara el cuerpo humano del hombre se mantienen incólumes como una resistencia viva al paso del tiempo y a la desidia de quienes afirman rescatar la histórica figura del Maestro. El mismo que admirando el despertar el alba desde el horizonte esteño afirmara en uno de sus tantos escritos en el lugar:
            “Amanece!!!. Un suspiro de luz tiembla en el horizonte. Palidecen las estrellas resignadas. Las alas de los pájaros dormidos se estremecen y las castas flores abren su corazón perfumado, preparándose para su existencia de un día. La tierra sale poco a poco de las sombras del sueño”.
            Y como si la magia rodeara el lugar, ya sea a la puesta, como también a la entrada del sol, Barret se movilizaba con el mejor medio de transporte individual de aquel tiempo y hasta la fecha en aquellos parajes: a caballo. Al describir el ocaso del día, escribía: “Cuántas tardes dejando a mi caballo llevarme a su gusto por las soledades del campo, he saciado mis ojos en la inmensa llanura ondulada y en su río – mar donde se estremecían, hechos diamantes, ópalos y rubíes, los fantásticos tonos de un sublime ocaso”.

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