5- Rafael Barret el español que en Misiones vio nacer su más prolífica producción literaria.
5- Rafael Barret. Torrelavega España. Yabebyry Misiones. Su paso por Yabebyry Misiones no puede pasar desapercibido. En la Estancia Laguna Porä donde se refugió desde el 9 de marzo de 1909 al 21 de febrero de 1910 y donde culminó su más prolífica tarea literaria no puede quedar enterrada bajo el manto de la ignominia y el desprecio. Fue el más ilustre huésped que tuvo dicho poblado y a principios de siglo, en el centenario de la República pegó el grito contra el aislamiento, la soledad y el marginamiento que hasta hoy sufre esa zona geográfica de nuestra patria. Forma parte de nuestra galería, por el emotivo significado que nos proyecta su valiente decisión de volver a la patria por Panchito López y reencontrarse aún siendo perseguido con su esposa e hijo. El sitio hoy la tradición oral lo inmortaliza como “Barret Cue”. Estuvo durante un año en la Estancia Laguna Porä, propiedad del Dr. Alejandro Audivert (1859 – 1969) concuñado de Barret, ya que estaba casado con Angelina López Maíz, hermana mayor de Francisca López Maíz, esposa de Barret y ambas sobrinas del Padre Fidel Maíz.
El mismo lugar que describió así: “Este sitio está preñado de recuerdos tuyos. Aquí hemos sufrido y nos hemos amado. Tu corazón ha mirado estas aves cruzar el cielo; tus pies han pisado esta hierba, te escribo junto a la ventana donde venía la “cuca” (una gata) a llamar para que le abriéramos de madrugada”.
El amanecer de Yabebyry así lo describía: “Amanece!!!. Un suspiro de luz tiembla en el horizonte. Palidecen las estrellas resignadas. Las alas de los pájaros dormidos se estremecen y las castas flores abren su corazón perfumado, preparándose para su existencia de un día. La tierra sale poco a poco de las sombras del sueño”.
Por su parte, la tarde yabebyryense admiraba de la siguiente manera: “Cuántas tardes dejando a mi caballo llevarme a su gusto por las soledades del campo, he saciado mis ojos en la inmensa llanura ondulada y en su río – mar donde se estremecían, hechos diamantes, ópalos y rubíes, los fantásticos tonos de un sublime ocaso”.
El Maestro vivía “una vida al aire libre y a libre luz, en contacto íntimo y constante con una naturaleza grandiosa y delicada a la vez, que perfecciona los sentidos, robustece y aguza la memoria visual y ennoblece el alma. La cálida benignidad del clima suaviza las costumbres hacia horizontes de ensueño”.
En Yabebyry, en Laguna Porä, Rafael Barret se encontró consigo mismo. Se encontró con “el hombre”. Ello, lo reconoce cuando señala “Aislado, el hombre se vuelve hombre verdaderamente. Ante la paz de los campos y el silencio puro de las noches, cae de nuestros rostros crispados la mueca ciudadana”.
El 9 de marzo de 1909 Rafael Barret pisaba nuevamente territorio paraguayo. Cruzó desde Itá Ybate Corrientes Argentina a Guardia Cue hoy Panchito López en canoas que en aquel tiempo remaban seis personas y que hoy es propulsada a motor. Desafiando el Paraná ingresan en un brazo del Arroyo Yabebyry, previo paso por el Paranami. Y en aquel lluvioso día, escribía esto Barret: “Heme pues de incógnito en ésta tierra paraguaya que tanto amo. Al venir de Guardia Cue ¡que hermosura!. Había dejado de llover, la naturaleza me ofreció su magnífica bienvenida en el esplendor de las aguas y de la selva. Al llegar a la Estancia se reencontró con su cuñado José López Maíz, a la vez Jefe Político de Yabebyry Misiones en aquel tiempo.
La primera carta que Barret envío a su mujer Panchita, desde Yabebyry, data del 9 de marzo de 1909 decía: “Mi dulce señora: estoy en la estancia, pero es un secreto que me debes guardar. Para los demás estoy en el campo, en la Argentina, cerca de Itá Ybate provincia de Corrientes, Caa Cati o un punto por el estilo”.
Describiendo su vida y contando a su esposa Francisca López Maíz en otra siguiente carta que data del 30 de marzo del mismo año, afirmaba que era “metódica, me levanto pronto, tomo cuatro vasos de leche recién ordeñada, como galleta o queso. Me tiendo en uno de los grandes sillones negros, leo o escribo perezosamente (un artículo para “La Razón” me ha llevado una semana), almuerzo (como al mediodía), sin piedad dos o tres huevos crudos, miel con caña, locro, mandioca, más leche y pollo o una lata de sardinas; la cena, igual, tras una merienda idéntica al desayuno, vivo completamente al aire libre; duermo en el corredor, entre los mil rumores misteriosos del campo y de la noche”.
“Arrastro mi butaca de enfermo al ancho corredor, al amparo de las madreselvas; me tiendo con delicia y procuro no pensar en nada, lo que es muy saludable. Un centenar de gallinas picotean y escarban sin cesar la tierra; los gallos padecen la misma voracidad incoercible; olvidan su profesional arrogancia y hunden el pico. Esa gente no alza la cabeza sino cuando bebe; entonces miran hacia arriba con expresión religiosa”, agregaba Barret en la descripción del lugar. Sobre sus actividades en Laguna Porä reconocía que trabajaba solamente dos horas al día por recomendación médica. Aclara que hay leche recién ordeñada, huevos, queso y pan. Alaba a su cuñado “Pepe” tal como lo llamaba a José López Maiz. “Me cuida como un hermano, me da inyecciones de la Ricotina que me enviaron de Madrid”, indicaba.
Barret a pesar de la situación política en que se encontraba, estaba maravillado por el lugar. Eso se desprende de lo que afirma a Peyrot. Le dice: “No tiene usted idea de lo salvaje que es esto. El paisaje imponente el agradaría mucho. Es la verdadera América, a veces aparecen tigres (yaguareté) por estos contornos”.
Yabebyry, fue el mismo lugar donde Barret conoció a Panta, la que no tiene apellido ni hogar, con sus rarezas y locuras. La que hace el locro a los peones. La que se quema en la cocina y acudía junto al maestro para que lo curara. Y que en ese instante sublime lo hizo comprender hasta qué punto es hermana suya, hasta que punto aparece en su ser, desnuda, vacilante, la débil chispa que ocultamos nosotros bajo máscaras inútiles.
Yabebyry Misiones es el mismo lugar donde el maestro oía las campanadas de una iglesia. Por la ubicación corresponde a la pequeña pero coqueta Iglesia de Panchito López, la compañía más cercana a la Estancia donde estaba confinado. Por la ubicación es perfectamente audible el trinar de las campanas desde el lugar. Ello ocurre hasta la actualidad. Estuvimos por el sitio. Subimos al campanario y la antigua campana que data de la época sigue en la cima del campanario que ya posee nueva construcción.
Dicha antigua campana estaba ubicado, según el testimonio de Antonio Espinoza comerciante, 76 años, cuya vivienda se encuentra frente a la Iglesia en una torre de madera de unos quince a veinte metros de alto. Las características del lugar hace que el sonido de la misma se propague varios kilómetros. Coinciden con dicha versión, el actual encargado de la Iglesia Raúl Fretes y la pobladora Elena Alvarez, todos de Guardia Cue.
Barret decía al respecto: “Todas las tardes oigo la campana de la iglesia del pueblo. Campanita humilde, cuerda con telarañas, iglesia pequeña y pobre, que por no tener nada ni tiene cura. Cuatro o seis mujeres siguen el mes de María por éstas tardes de sol y rezan y después de cerrar con llave la Iglesia sonora donde no hay nada que roba, regresan gravemente”.
Pero la injusticia social de aquel tiempo y que perdura hasta la fecha, el Maestro no podía hacerlo pasar desapercibido. Ello incluso motivó un roce con Manuel Domínguez un año después. Por ello, ya en la presentación del ensayo hablábamos lo que el Maestro “Ha visto” en Yabebyry. Porque con sus artículos “Lo que he visto” y “No mintáis”, Barret reafirma la dureza de su pluma por la fuerza impuesta por quienes utilizan la razón y el espíritu crítico sobre las circunstancias de la sociedad donde vive.
En Yabebyry, en las praderas de éste poblado orgullosamente misionero, en el mismo sitio hoy inmortalizado por los lugareños con la descriptiva “Barret Cue” llegó al cénit de su producción literaria. Terminó “El Dolor Paraguayo”, “Moralidades Actuales”, Ello se prueba con la misiva enviada a su esposa Panchita el 2 de Junio de 1909.
En 1907 durante su primera estadía en el lugar junto a Panchita y su hijo Alex escribió “Cartas Inocentes” donde habla de acontecimientos extraordinarios como inventar genios y que transmite un espíritu alegre, lúcido, juvenil incluso. Al pie del primer capítulo lo firma con “Laguna Porä, junio de 1907”. De hecho, la obra lo llevó más de un mes, por lo tanto, desde la tercera a la quinta carta lo firma en el mismo sitio pero ya al mes siguiente.
Todos estos acontecimientos constituyen de suma importancia dentro del paso de Rafael Barret por éste rincón misionero para incluirlo en el presente “Paseo de los 200 ilustres misioneros del Bicentenario”.
Un suceso que no podemos hacerlo pasar desapercibido constituye indudablemente la visita que recibiera en la Estancia Laguna Porä de su esposa Francisca López Maíz y su hijo Alex, luego de su ingreso en forma clandestina a la patria. Fue en Julio de 1909. Barret comentaba el hecho a su amigo Peyrot: “Con gran alegría le participo que tengo a mi nene conmigo y a mi querida compañera. Soy feliz, usted me comprende, verdad?”.
Su esposa por su parte, afirmaba por aquel esperado encuentro. “Es de imaginarse mi dolor al llegar: Rafael estaba consumido, apenas le salía la voz y sus bellos ojos azules reflejaban el cansancio infinito. ¡Pero la alegría, el goce indescriptible que le embargó al comprobar que su hijo lo conocía!, al ver que Alex giraba a su alrededor alborozado pronunciando en su media lengua las palabras tan añoradas”. Una fotografía al que se pudo acceder y que data de la época, nos refleja al escritor posando frente a una planta de eucalipto. En la actualidad dichas plantas de eucalipto dan la bienvenida a los visitantes para acceder a “Barret Cue”.
El Maestro Rafael Barret no pudo escapar a acontecimientos políticos ocurridos en la historia de la patria. La recordada “Revolución Cívico Militar de Laureles” lo tuvo como inesperado testigo. Es que la Estancia se encuentra casi a la mitad del trayecto entre Yabebyry y Laureles, específicamente para ser más descriptivos a 15 kms. al este del casco urbano de Yabebyry y 20 kms. antes de llegar a Laureles.
“En el combate del próximo pueblo de Laureles cayeron cuarenta colorados. Su jefe, el caudillo A. Ramírez, un viejo cuyo arrojo conozco, se vino al galope sobre la guardia, él solo, con el cigarrillo en la boca y una bomba en el bolsillo. El centinela lo mató al tercer disparo. José Gil, el célebre cabecilla, aguarda a unas cuantas leguas más allá, tal vez con ametralladoras. Nuevos horrores nos amenazan, horrores muy heroicos, pero doblemente horrores, por lo salvajes y por lo inútiles”.
Describía el paso de los alzados frente a la Estancia por donde cruza la ruta de tierra: “hace pocas noches, cruzaron cerca de la estancia donde resido las fuerzas revolucionarias paraguayas, que habían levantado el sitio de Laureles. Un grupo de jinetes se detuvo frente a mi puerta. Era el caudillo José Gill con su Estado Mayor”.
“También asomó un comercio no incluido en la estadística: el de los animales arreados a diestra y siniestra. Las fugas al monte, las aldeas donde no quedan sino mujeres asustadas, no son novedad” “Estamos en la guerra de montoneras metidos hasta el cuello, solos entre los bosques, donde a veces suenan tiros”.
En el mismo escrito no pudo ignorar una persecución política del que tuvo conocimiento y que ocurrió en Yabebyry. Se trata de la circunstancia por el que atravesó Angel Brizuela. Líder comunitario no afín a las autoridades de turno de la época. Decía Barret: “Han tenido que emigrar nuevas víctimas: Angel Brizuela, que a consecuencias de chismes de un cuñado estuvo a punto de ser preso y pudo escapar; y un infeliz poblador de García, a quien el jefe impuso la fuga a Ita Ybate por no le conocían en el departamento”.
El maestro se refería a la persecución contra el ciudadano Angel Brizuela. Pudimos hablar con su sobrino nieto, el Prof. Ignacio Brizuela, poblador actual del Barrio San Francisco de Yabebyry. El referido es el hermano de su abuelo Vicente. “La lucha de mis ascendientes por los derechos de los más humildes, les costó el destierro. El tío, tuvo que pasar a remo el Paraná que en ese tiempo tenía cinco kms. de ancho. Se escapó a la Argentina en 1909 y nunca volvió. Tenemos ramificaciones en Rosario Argentina que probablemente sean los descendientes de Angel Brizuela. Eso me contó una prima mía en Cerrito. Se llama “Mamincha”, nos comentó nuestro interlocutor.
El Maestro seguía viviendo en Yabebyry. La comunidad rural Laguna Porä era testigo de sus andanzas. Para la escasa población de la época era el “español pirú”, según nos cuenta Edelmiro Gutiérrez, poblador del Barrio Mariscal López de Yabebyry y que cuenta en la actualidad con 84 años de edad. Nos contó que no llegó a conocer personalmente a Rafael Barret, pero sí a su hijo Alex. Con notable precisión, quizás es la última fuente humana que preserva a través de la tradición oral conocimientos que provienen de aquella época.
Panchita López Maíz desde que llegó lo acompañó hasta el último momento en el lugar al Maestro. Ello se deduce al hecho que zarparon juntos cuando Barret decide trasladarse hasta San Bernardino. Es decir, desde julio de 1909 a febrero de 1910, pudieron hacer vida en común, con la alegría de la presencia del hijo de ambos Alex en el lugar.
Es así, que el 21 de febrero de 1910 siguiendo el mismo trayecto por donde vino, es decir, desde Laguna Porä se trasladó a Guardia Cue, tomó la canoa paraguaya para cruzar por un brazo salir al caudaloso Paraná y cruzar al lado argentino, donde desde el puerto Ita Ybate zarpara a bordo del buque de vapor Asunción. Se alojaron en el camalote número 23.
El Maestro le informaba a Peyrot lo siguiente: “Le escribo a bordo, en viaje a la Asunción. Voy a vivir en San Bernardino, precioso balneario próximo a la capital, con todos los recursos de una civilización que me ha faltado por completo, desde cerca de un año, en aquel imponente desierto del Paraná. Mi salud sigue muy delicada”.
Así culminaba la presencia del Maestro Rafael Barret por Yabebyry Misiones Paraguay. Estancia Laguna Porä hoy inmortalizado por los lugareños a través de la tradición oral como “Barret Cue”. Ahí estuvo desde el 9 de marzo de 1909 hasta el 21 de febrero de 1910. Fueron exactamente 10 meses y 13 días de presencia por estos lares. La belleza de la naturaleza lo inspiró y he aquí donde tuvo su más prolífica creación literaria. La reina natura y el talento del Maestro pudieron más que la enfermedad que lo atacaba. Finalmente llegó a San Bernardino, pero queda en la retina de los yabebyryenses y misioneros en general, el paso de un gran hombre por éste olvidado espacio del territorio paraguayo.
Y es ahí donde el presente ensayo también adquiere otra dimensión. Denunciar dicho olvido. El sitio donde se mantuvo oculto Rafael Barret se mantiene como hace cien años. Pasó un siglo y la desidia sigue igual. Ningún cartel, ningún indicador. Los niños y jóvenes de los establecimientos educativos de la zona lo ignoran completamente. Las autoridades están sencillamente en otra cosa. Solo unos cuantos románticos de siempre enarbolamos su legado, porque comprendemos cabalmente el significado del paso del hombre por ésta olvidada zona del país. Estamos en deuda con Rafael Barret, estamos en deuda con “El Dolor Paraguayo”. La vieja “Panta” sigue embriagada en su eterna y amorosa locura. El maestro le sigue restaurando las heridas. Los tigres continúan rugiendo por la noche. El cómplice Paraná baila su eterna danza elegante como invitando al Maestro a entrar y salir cuando quiera con la vieja canoa remada por seis fortachones compatriotas paraguayos. Panchita con su amor prodigioso vuelve a escuchar apenitas pero legible la voz del maestro que se apaga poco a poco. Alex sigue reviviéndolo. La tuberculosis avanza. El final se acerca. El país sigue igual.
“Barret Cue” ahí está. Nos intima. Nos rebela. Nos demuestra la desidia. Nos indica con su presencia la deuda histórica que poseemos quienes estudiamos las lecciones de su ilustre huésped. Enarbola su belleza y con su complicidad silenciosa prosigue en su tarea de ocultar la figura del maestro entre sus matorrales. El viejo y polvoriento camino de arena sigue demostrando la desidia de las autoridades sobre éste pedazo de la patria que solo aparece en los mapas y una vaga como también errónea referencia que se mantuvo “confinado” en el lugar a Rafael Barret. Al mismo hombre que un geógrafo dijera un año antes: “La isla que ud. me indica no aparece en el mapa”.
El maestro no estuvo confinado. Ingresó clandestinamente a la patria por el lugar. De motus propio, aunque recomendado por sus médicos de Montevideo para buscar un clima más benigno, decidió llegar hasta el sitio para acercarse a su amada Panchita y su adorable hijo Alex. Lo dice en innumerables escritos, donde afirma que “ella le hizo hombre” y a su hijo que lo hacía pasar momentos muy felices cuando lo veía jugar. “Juega con tierra y con piedras, imitando a los albañiles; juega a trabajar. La idea de ser útil germina en su tierno cerebro con alegría luminosa. ¿Por qué no trabajan los hombres, alegres y jugando, como trabajan los niños?”.
Por todo ello, Misiones sigue con la herida sangrante, fruto de la enfermedad que finalmente llevó al maestro y parafraseando a José Concepción Ortiz Barrett fue el gran: “Ausente que perdimos de torpes y de ingratos [...] Barrett afilado por la muerte, la barba crecida y la frente inmensa”. IV, 334.
Rafael Barret pidió ser enterrado en Yabebyry. Así lo hizo saber a su inseparable Panchita, quien confiesa el dolor que le ocasionó ver el estado de su amado en los primeros días del mes de julio de 1909 en Laguna Porä. Decía la dama: “Esa tarde me mostró con toda tranquilidad un árbol que había elegido, un hermoso naranjo a cuya sombra quería descansar en su tumba”.
El deseo del maestro nunca pudo concretarse. De hecho, falleció el 17 de diciembre de 1910, a los treinta y cuatro años de edad. Su vida se apagó a las cuatro de la tarde, cuando era mediodía en Asunción y en Montevideo. Pierre Coste, de 47 años de edad y residente en Arcachón, fue quien hizo la declaración de la defunción de Barrett. En aquel momento, Yabebyry seguía con la soledad que Barret invitó llevar a conocer a Manuel Domínguez en “No mintáis”. Laguna Porä con el cántico de sus aves, el verdor de su follaje, el rugir de los animales de la selva, el polvo del camino vecinal que cruza de éste a oeste por su frente, sigue esperando la reivindicación de la memoria del maestro Rafael Barret. Es el mismo sitio donde parafraseando a Barret, “ha visto muchas cosas tristes”...
Yabebyry es el lugar donde el Maestro estuvo en contacto con la tierra. Esa misma tierra “que su fertilidad incoercible y salvaje, sofoca al hombre, que arroja una semilla y obtiene cien plantas diferentes y no sabe cuál es la suya”. También ha visto en el lugar, aquellos viejos caminos que abrió la tiranía devorada por la vegetación, desleídos por las inundaciones, borrados por el abandono.
Es el lugar donde a cada paraguayo, libre dentro de una hoja de papel constitucional, es hoy un miserable prisionero de un palmo de tierra. Y conste que se trataba de la burguesía rural.
En definitiva, es el lugar que debe ser reivindicado por ésta generación, en honor a las banderas de lucha enarboladas en medio de la selva por Rafael Barret. Es un espacio donde Misiones mantiene una herida sangrante que solamente va a curarse si se recupera el lugar donde estaba la casa en cuyos corredores disfrutaba del aire fresco el maestro. Por ello, en estos festejos del Bicentenario de la patria, con mucho orgullo, lo incluimos como uno de los diez más importantes hombres que pisaron y vivieron en nuestro suelo. La fuerza de la pluma para luchar contra las diferencias sociales hizo patria, a pesar de todas las deudas que podamos seguir teniendo con él. Rafael Barret, español de nacimiento, paraguayo por adopción, misionero por su aporte durante aproximadamente un año también ocupa un sitio en nuestro virtual “Paseo de los Ilustres”.
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