Humberto Bas, escritor ignaciano que triunfa en Neuquén Argentina admira el trabajo de rescate histórico realizado.

Humberto Bas, escritor ignaciano residente en Neuquén Argentina.
                El brillante escritor ignaciano Humberto Bas, nacido en nuestra ciudad en 1965 y radicado en la argentina ciudad de Neuquén desde hace 26 años se comunicó con el amigo Carlos González y resaltó la tarea que venimos encarando que consiste en el rescate de los hombres ilustres que Misiones dio a la patria desde hace 200 años.
                Carlín... Me parece fantástico esto... Sería todavía mucho más grande que se pudiera hacer una muestra con sus obras..” comienza diciendo en su comunicación por email con Carlitos González.
            “Mis felicitaciones a Camilo Cantero por su tarea difusora.. Ahora distribuyo a mis contactos...”, agrega y que compartimos por considerar de interés.
            Finalmente explica que estuvo por nuestra ciudad en enero, que luego se trasladó a San Juan para conocer la Casa de Mangoré en San Juan, donde conoció al artista plástico sanjuanino Gill Alegre quien le regaló un par de libros sobre Mangoré y un disco del Maestro Felipe Sosa Escalada.
            Este ignaciano de pluma brillante, se considera a sí mismo como alguien que en su pequeño entorno social es alguien que escribió un par de cuentos, de los cuales uno de ellos tuvo cierta repercusión, fue llevado al teatro, hace tres o cuatro años que le granjeó cierta salida a la escena social. Profesor de física y matemática, es un militante cultural que participa activamente en Neuquén en el Sindicato de Docentes.
                Durante una interesante entrevista concedida a “Ea”, periódico de interpretación y análisis, afirma en cuanto a su origen: “¡Uf! Esta pregunta es una imposición complicada. Yo no me siento paraguayo ni argentino. Esta imagen: nos paramos en una plaza pública frente a una bandera y suena el himno. A mí me conmueve por la educación que tuve. Miro a mis costados y veo personas cantando con la misma emoción: uno puede ser Stroessner o Lino Oviedo. Cualquiera de estas personas que son asesinas, responsables de tanta ignominia. No tengo nada que ver con estos paraguayos. Tengo que ver con paraguayos que están haciendo lo que yo hago, comprometidos con la lucha de clases. Así tampoco tengo nada que ver con muchos argentinos. Del paraguayo tengo la conciencia del bilingüismo y el paladar que no me permite pronunciar la shh. Por supuesto no navego en una universalidad, como para decir latinoamericano. Soy de los pequeños contextos, de donde me siento cómodo”.
                El texto del citado reportaje, reproducimos en éste espacio por considerarlo de sumo interés para enriquecer nuestro conocimiento hacia éste ilustre ignaciano, que triunfa en tierras argentinas.
            ¿Cuáles serían los pequeños contextos a los que pertenecés?
            El guaraní y el jopará son territorios de comodidad, de descanso; pero no la sociedad paraguaya. Mis proyectos están en Neuquén, pero no están cerrados allí solamente, sino que siempre es expansionista. Abrir lazos, redes, encontrar otros proyectos similares, que sientan las mismas inquietudes e impotencias. Fue lo que me hizo publicar en Paraguay.
            ¿Qué periplo te llevó a Neuquén?
            Y primero me fui de casa, prácticamente exigiéndoles a mis padres que me consigan un lugar donde ir a estudiar. En San Ignacio teníamos cerca del colegio un tajamar, donde escapábamos para ir a bañarnos. O íbamos a tomar aristócrata por ahí, andábamos en moto. Pero la vida era dura. Sentía la asfixia de pueblo. La vida de campo era dura. Mi padre era chacarero, con un campito. A la gente que mistifica el campo le recomiendo una temporada: carpir, arar, fumigar, ralear. Primero fui al Liceo Militar de Encarnación. Me hubiera dado lo mismo ir a un seminario o una escuela agropecuaria. Esta fue la opción y me fui. A ver, ahora vos decime cómo se llamaba el colegio donde fui. Una sola oportunidad tenés.
            Colegio Presidente Stroessner. ¿Y cómo te fue en el Liceo Militar?
            ¡Bien! Yo creo que los liceos no deberían existir. Son instituciones de adoctrinamiento ideológico. A pesar de eso me sirvió. Me relacioné con gente de otras realidades y principalmente me fui de casa. En el liceo me encontré con el gusto del estudio, por la competencia. Pues todo era por puntaje, los más altos puntajes tenían privilegios. Salir un día antes de franco, por ejemplo, la gloria. Después de ver gente golpeada, abusos de todo tipo, quise ser cualquier cosa menos ser militar, como le pasa a la mayoría de los que van a los liceos. Fue ahí que se me dio la oportunidad de hacer un intercambio estudiantil. La gran atracción era Brasil. Pero había una institución llamada padrinazgo, no sé si existe todavía. Yo no tenía padrino sino solo un buen promedio. Ese año se abrió el intercambio con Argentina y nadie sabía. Yo me inscribí el último día, elegí estudiar ingeniería industrial eléctrica. Ahí te avisaban en qué lugar estudiarías. Yo hubiera aceptado Siberia. Así paré en Neuquén.
            ¿Cómo empezaste con la literatura?
La literatura la descubrí también por accidente, pero recién en el año 82. Yo leía mucho pero no libros, leía fotonovelas, historietas. La pequeña Lulú, Archie, Isidoro, Red Reader, Súperman, Tarzán. También D’artagnan, Toni.
            Tus influencias…
En mis novelas aparecen tributos. Después empecé a leer best-sellers. Para mí leer era una puerta hacia el escape. En Neuquén leía un best-seller por día. Yo tenía un tío marino que me trajo en barco una vez de Buenos Aires. Fue una travesía fabulosa. Los marinos tenían novelas pornográficas y yo me leía 5 ó 6 por día. En el 87, por esnobismo, leí El Otoño del Patriarca. Y fue para mí como Saulo con el rayo fulminante. Esta novela me sintetizó una sensación que tenía sobre Paraguay. Para mí fue como que García Márquez se inspiró en Paraguay. Creo que de ahí no hubo retorno. La lectura es como una droga. Después vino Sartre y fue como un organizador espiritual. Uno no se encuentra con la literatura como escritor, se encuentra como lector. La posibilidad de escribir viene después. Y cuando me di cuenta que había cosas que yo también podía hacer, dejé ingeniería y opté por la literatura. Empecé a escribir en el 88, aprovechando un largo paro de docentes universitarios. Entonces toda la noche me la pasaba escribiendo hasta la mañana. Escribía nada, cualquier cosa, impulsos. Escribía poesía con métrica de escuela que no le voy a mostrar a nadie. Ahí leí a Proust y me dieron ganas de escribir un relato acabado. En estas circunstancias uno está tan lábil que cualquier escritor te influye. Después mi objetivo fue terminar un cuento y otro cuento. Creo que tengo una novela manuscrita de esa época. La historia de un hermano internado en un hospital militar al que yo le mando una carta que habla mal de Stroessner y entonces todos me perseguían. Una boludez. En un taller literario escribí un par de cuentos que salieron bien, que todavía me gustan. Uno de ellos fue «La culeada». Un vómito que terminé en una hora.
            Ganó un concurso ese cuento.
En Puerto Madryn, Patagonia, leí el cuento en un encuentro de la sade (Sociedad Argentina de Escritores). Gente muy conservadora, como la Sociedad de escritores de Paraguay. Todas eran señorotas, como en Paraguay son señorotes. La mejor repercusión que percibí esa vez fue que las señorotas me pidieron que no siguiera la lectura. Después presenté a un concurso y me dieron una discreta mención. Yo pensé que iba a escandalizar, soñaba con ser Giordano Bruno, pero me dieron una mención. Después se llevó a teatro, una adaptación que sigue recorriendo la Argentina.
¿Tenés relaciones con otros escritores en Neuquén?
Yo me movía primero en dos mundos: el político y literario. En Neuquén como en muchas partes estas esferas no se mezclan. Con la gente que hablo de literatura no hablo de política y viceversa. Hablar de política con escritor es triste, triste, y hablar de literatura con gente de política es tristísimo. Después con compañeros creamos un par de revistas una llamada «El Cascotazo» y la otra es «La Poronguita», que son como una síntesis político estéticas. Una vez mostré «La poronguita» en la Sociedad paraguaya de escritores, pero no tuvo muy buena acogida.
            ¿Se te puede definir como escritor?
Yo me siento escritor cuando escribo, y después no lo siento porque nada me lo hace sentir. Nadie dice: ¡ahí va el escritor! Sino que dicen: ahí va Humberto. No soy reconocido como escritor. Publiqué una novela, sí, aunque todavía no se completó el ciclo de la publicación. Me faltan ejemplares para poder distribuirlos. Es un problema logístico con la editorial. Hice la presentación en Asunción y en San Ignacio Misiones, pequeño todo, pero todavía no se completó la publicación. Las antologías de cuentos son de editoriales alternativas, de pequeño número de ejemplares.
Bibliografía breve
El año pasado, Humberto Bas publicó en Asunción la novela El Superpalo (Jakembo Editores) y este año La culeada (Yiyi Jambo), cuento adaptado para el teatro por Griselda Nicolau (Dirección de Paula Mayorga). En la capital argentina editó hace poco la breve antología La culeada y otros cruentos (Barco Borracho Ediciones). Tiene inéditos las novelas Bolodo Poro Corloto, Cándido y Moraleja y Lès Julianôs.

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