Alíder Vera Guillén, el poeta ignaciano que cantó a su pueblo y a su patria. Nuestro ilustre número 34.
34- Alíder Vera Guillén. San Ignacio. Poeta. Escritor. Bohemio “Ahata che nendive”. El poeta más brillante que tuvo San Ignacio en sus cuatro siglos de existencia. El mérito de haber escrito “Ahata che nendive” inmortalizado a través de la música de Vidal Cabañas Saldívar “Jhony Walker” así lo certifica. Es el himno popular que recorre la Patria de norte a sur, de éste a oeste. Nacido el 28 de mayo de 1928 y fallecido el 20 de octubre de 1998. Su pluma homenajeó a su pueblo, la madre, la bella mujer paraguaya y siempre estuvo identificado con las causas culturales del departamento de Misiones.
Indudablemente es el más destacado exponente de la poesía popular ignaciana. Hijo de Luciano Vera y Manuela del Pilar Guillén estudió en la Escuela Graduada No. 2. Formó pareja con Eugenia González Fernández, musa inspiradora de la mayoría de sus brillantes versos. Tuvo en total doce hijos.
Su inspiración hizo brotar versos que cantan a la patria, la madre, el amor, las mujeres, seres e instituciones de su afecto. Socio del club 19 de marzo de San Ignacio y Olimpia en la capital del país.
Su obra “Tahyity Syry” fue uno de los soportes literarios que contribuyó para que San Ignacio Guazú sea galardonada como Capital de la Cultura Paraguaya entre los años 1995 a 1997, certamen organizado por la Secretaría Nacional de Cultura.
En la presentación de su obra “Ahata Che Nendive” se afirma que “la bohemia ignaciana lo recuerda inspirado y solidario en fraternas serenatas en las que temas musicales de su creación poblaron noches de homenaje a su tierra y a su gente”.
Augusto Dos Santos, escritor pilarense que viviera en Misiones por más de una década, escribe en el prólogo de la misma obra que nuestro ilustre de la fecha “fue un caballero en esa patria de soñadores, que ayer, hoy y siempre sopla su fragancia de azahares, testimonial y orgullosa, motivando los corazones humildes a un sueño de fraternidad oral, de conquista de la palabra, que en nuestra raíz de nación no es otra cosa que la conquista de la vida misma”.
“Don Alíder fue de aquellos paraguayos que en nuestros pueblos domaron ese lenguaje no tan salvaje como esquivo, que llegó un día sobre el caballo arrollador del conquistador. El, como otros pocos, descubrió siendo pueblo, que recogiendo la música de esos fragmentos exóticos, producía ese vitral maravilloso, que no nacía sino con el sol paraguayo y nuestro de cada día”, agrega.
Califica a los poemas de nuestro ilustre de la fecha como un “collage de tales voces, agrupadas en relación a su color, a su golpe final, colocadas siempre con fascinante puntualidad, como un eco casi, en esa orfebrería inquietante que funciona en la pluma de nuestros poetas populares, en el que descubrir palabras sigue siendo tan motivador como descubrir enigmas o agitar con las manos abiertas las aguas densas de algún filosófica propuesta.
“Pero hay algo aún más importante en esta forma de amar que ellos profesan a través de su música poética y es, tanto en Emiliano, como en Alíder, el corpus concreto, el continente del hecho poético. La posesión de la rima es la formula suprema que separa, como por insondable vacío, a los que manejan la crónica de su tiempo en tan musical versión y los que escuchan los que goza y los tienen en ellos, la única llama de esperanza de una caricia modulada en el pentagrama que fluye por la boca, se escribe con la tinta indeleble de la memoria repetida y se anida en primaveras humildes de canción, en esas almas de manos callosas”. (A.D.S.).
“Yo escuché las canciones de Alíder Vera Guillén vibrar en la voz de Kokí Génez y el sueño de dedos agitados de Pascasio Cubillas. Ellas brotaban de las ventanas enrejadas del Parador Piringo y nos regalaban madrugadas frescas de Paraguay Purahéi, entre cada partir de un bus, entre cada frenar cansino y en todas las ventanillas reflejadas por los fluorescentes del letrero, allí adentro, con sus ojos somnolientos”, agrega Dos Santos en el prólogo de la obra. El hecho es ratificado plenamente por el autor de éste libro. El Parador Piringo en la década del 80 se ubicaba en las cercanías de la céntrica plaza San Roque González de Santa Cruz de San Ignacio, la “ciudad que no duerme” tal como lo calificó el “corresponsal viajero” del desaparecido Noticias El Diario, Víctor Tito Siegfred. El sitio era el lugar ideal para las grandes tertulias literarias o noches de bohemia, donde los principales escultores de la jornada nocturna era “Kokí Génez” ya fallecido y su inseparable compañero, el ciego Pascasio Cubillas. Las principales “piezas musicales” eran de autoría de Vera Guillén.
Agrega el prologuista del libro “yo lo vi llegar siempre, con sus manos quietas y abrazadas, escuchando desde el sitio más denso de la concurrencia, a los intérpretes de sus poemas en actos patrióticos, conmemoraciones, aniversarios y fiestas de guardar”.
“Pero no permanecía Alíder Vera, conforme con el memorar de un hecho histórico, sino desbordaba ese encuadra y establecía un gran angular que tragaba el tiempo y superponía escenas, como cuando un espejo se ve en otro espejo y así en sucesión sin fin”. (ADS).
Sigue diciendo “eleva Vera Guillén ese trance vincular del hombre y la mujer, en algo mucho más trascedente, consecuente, sublime y purificador, cuando aún en el marco de un despecho recuerda a la mujer amada y esquiva”.
“Don Alíder vivió ensimismado en la estridencia de un tiempo arrollador, políticamente hablando. La dictadura encontró a este poeta popular en el escritorio del oficinista y fiel a su condición de colorado de origen, nacido en las trincheras de las luchas fratricidas, contribuyó con versos de barricada que alentaban la rivalidad”. (ADS).
“Pero cuando se produce ese abrazo de su poesía con el canto, es como cuando las hebras bicromáticas de un poncho de sesenta listas construye esta identidad, es por eso que “Ven, paloma ven” es un bello ramillete de versos, en forma independiente, pero alcanza el ritmo de lo compartido en sentimiento, cuando le insufla viento en sus alas el pentagrama de Bernardo Barrios… “te quiero paloma, te quiero, ángel de plumaje celestial”. (ADS).
“Que Don Alíder relató para el pueblo esa parte de las hazañas pueblerinas que merecen ser repetidas, nadie puede dudar. Quien mejor que él para recordarnos ese bicampeonato brillante del seleccionado de la Federación Deportiva Misionera en la que empieza mencionando a su recio sobrino entre los héroes del balón”. (ADS).
El brillante prólogo de Dos Santos habla del esfuerzo poético y la singularidad de los versos de don Alíder Vera Guillén, plasmados en la citada obra que es un “extraordinario respeto a su memoria”.
“La gente como Vera Guillén, que atrapó en los versos residentes en el corazón del pueblo, las anécdotas, postales y vivencias de la historia que le tocó vivir, tienen que ser dimensionados en su condición de maestros, porque trabajan la palabra con la saliva digna del sentimiento y la moldean con preciosísimas manos, como quien, con amor, da a luz”, finaliza el prologuista.
Por todo lo afirmado precedentemente, por haber convertido en los más dulces versos que puede recordarse en San Ignacio Guazú Misiones, Alíder Vera Guillén se gana un legítimo espacio entre los hombres ilustres del Bicentenario del Paraguay.
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