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El profesional de la medicina que hizo patria desde San Ignacio, cumpliendo el deber. Anibal P. Espínola.

32-       Aníbal P. Espínola, médico y benefactor social. San Ignacio. Las ciudades del Paraguay profundo tuvieron su momento de encanto e integración social. Hoy, cuando vivimos un ambiente social donde las comunicaciones lo hacemos por medios indirectos, hace que tecnológicamente estemos más cerca, pero contradictoriamente nuestro “trato social” sea más lejano. En la sociedad del siglo pasado, San Ignacio, como tantas comarcas diseminadas a lo largo y ancho de la República era una sociedad donde “todos se conocían”. Así, el status muchas veces era otorgado por la profesión que uno abrazaba. Y el de ser médico de la comunidad no era una profesión que podía pasar desapercibida. Más aún, cuando ese profesional se empeñaba en servir a la ciudadanía sin más apego que a la vocación que ha abrazado. Los datos históricos y testimonios de la época así evocan al “ilustre” de la fecha. Se trata de uno de los primeros médicos que tuvo San Ignacio y gran parte de Misiones.
            Servicial, amable, sincero, un hombre que marcó su paso por la sociedad ignaciana y como los grandes falleció en su puesto de trabajo: el Hospital Distrital de San Ignacio.
            La obra “Yo los ví pasar” de Jorge del Puerto, no ahorra adjetivos de admiración hacia el trabajo de Espínola. Comienza diciendo “ya no está con nosotros, pero sigue viviendo en el recuerdo de los que le conocieron como médico y hombre de bien”. Agrega que fue siempre fiel al juramento hipocrático, pues curar y aliviar el dolor marcaron el apostolado de su vida y su destino.
            “Nunca supo decir “No”. Cuando lo llamaban para una atención urgente, aún a sabiendas que sus honorarios serían un piadoso “Dios se lo pague, doctor”. Siempre estuvo en paz con su espíritu. Su lema fue bregar por la disminución del dolor humano. Quizá por todo ello no hizo fortuna, pero tampoco le faltó nada”, agrega la citada obra.
            Explica el escritor que “la muerte lo sorprendió en su puesto de trabajo, atendiendo a sus pacientes en el Centro de Salud local. Murió en su trinchera, con gran presencia de ánimo y una oración de amor en los labios.
            Posteriormente en el mismo trabajo de rescate histórico de las figuras ilustres que tuvo la ciudad, Del Puerto narra una anécdota donde se prueba a carta fiel la “grandeza de alma” del citado profesional de la medicina, como también de su ayudante Rogelio Sanabria, quienes ante la falta de donantes de sangre, no titubearon en donar la suya propia para salvar la vida de un tal Benítez, gravemente herido en una “Enramadaguy”.
            Finalmente, reflexiona el autor del libro: “El Dr. Aníbal Espínola ya no está con nosotros; tampoco don Rogelio Sanabria. Ellos fueron convocados por el “Señor”… pero Benítez al operaron sigue transitando por los caminos del mundo, con la sangre generosa de estos dos compañeros que en aquella intervención llegaron ¡más allá del deber!.
            “Todavía en San Ignacio, se recuerda la imponente manifestación de dolor del pueblo, en oportunidad del sepelio de los restos mortales del Dr. Espínola. Ese día, como dijera uno de los oradores, “callaron los pájaros”….
            Mientras se espera en ésta ciudad que el nombre de una calle perpetúe su memoria (sigue diciendo Del Puerto en la pág. 92 del citado libro), sobre su tumba, donde nunca faltan flores de almas agradecidas, se lee éste epitafio:
            “Murió curando a sus enfermos.
            Su vida fue ejemplo de conducta y dignidad.
            Si tú no eres así, no te detengas frente a
            Esta tumba donde descansa un hombre!.
            P. R. F.

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